El mítico baterista Marky Ramone se presentó en el Teatro de Flores, con entradas agotadas en las dos que fechas en dicho recinto. Sin parafernalia, pirotecnia ni grandes despliegues técnicos, durante 80 minutos desplegó lo más ramomero del repertorio de los neoyorkinos, sonaron casi 40 temas, uno
detrás del otro, sin respiro.

Es así que quedó demostrado que, si las canciones son buenas, poco importa quién esté sobre el escenario, de hecho, Marky no se tomó ni la molestia de presentar a su banda, subieron, ejecutaron las
canciones con una precisión quirúrgica y se fueron, dejando extasiado a un público que fue arrollado por una catarata de clásicos como «kkk took my baby away», «pet sematary», «i believe in miracles» y también por grandes covers que ya a esta altura son parte del universo ramonero como «needles and pins», «have you ever seen the rain?» y «what a wonderful world».

Es sabido del amor del público argentino con los Ramones y queda demostrado en el hecho de que a pesar de que sobre las tablas no había ningún miembro original de dicha agrupación, cuando se escucha el «one, two, three, four!» es inevitable que se desate la magia, niños, adolescentes, adultos y hasta abuelos haciendo pogo por igual como si de eso dependiera el mundo.

Ver a Marky Ramone detrás de los parches es ver un pedazo de la historia de la música universal y prestar atención a sus milimétricos movimientos es un espectáculo en sí mismo ya que ejecuta su instrumento con una velocidad y una precisión absoluta sin que se le mueva un sólo pelo.

Elijo pensar que tocar la música de Ramones no es para cualquiera, se requiere un nivel de concentración muy grande y nadie más autorizado que él para seguir manteniendo viva la llama Ramonera en un mundo tan hostil al cual tanta falta le hace un poco de Punk Rock.